Aquel olor a fresa que tu piel dejaba atrás cada vez que te acercabas, cada vez que me saludabas; aquella mirada que mezclaba ternura con indiferencia, mirada que parecía decirme "jódete" y a la vez "espero estés bien"; aquellas manos gráciles, como la hoja de un árbol otoñal que danza con el viento de octubre, manos delgadas y pequeñas que evadían las caricias con finos movimientos de ajedrez; aquella sonrisa extraña, casi irónica, sarcástica, una sonrisa disfrazada de mueca o una mueca disfrazada de sonrisa; aquel pelo largo, que caía sutilmente como un río de petróleo; aquella piel blanca, hermosamente pálida: tan lienzo, tan arte, tan pintura sin terminar; aquel llanto que solo escuché y vi una vez, tan similar a un pánico de estrellas, a un caos planetario, a la muerte de Andrómeda; aquellas guadañas afiladas que salían de tu boca en la forma invisible de palabras y frases, casi siempre preludio de algo imperdonable; aquel cuello de porcelanosa que me gustaba observar cuando no te dabas cuenta, soñando que lo rozaba y que las caricias se prolongaban hasta el infinito; aquellos besos, solo imaginados, que suponía como una muerte temporal y espontánea, como un asesinato al instante...aquel si o aquella negación que jamás pronunciaste y aquel te amo que jamás dije. Eso eres tu para mi.
Entiendo lo extraña que esta carta pueda resultarte, pero tengo la necesidad de desahogarme. Creo que debí haber dicho "tenía la necesidad de desahogarme", porque esa necesidad no existirá el momento en que leas esta carta. Es curioso ¿verdad, Aurora? Yo escribo esta carta en un tiempo que, para mi, es el presente y para ti, al leerla, será el pasado y a la vez tu presente, mientras que para mi es un presente y un futuro. Pero ¿qué tan cierto es un futuro? para mí decir el futuro es igual que decir: la nada. Ambos son igual de inciertos y de (quizás) inexistentes. ¿Qué es el futuro sino un presente estirado?
Ahora te escribo esta carta para doblar mi sufrimiento (doblar en cualquiera de sus acepciones) o para no estar triste, a estas alturas cualquiera de las dos me parece igual de viable. Te escribo para no saberte lejana ni saberte perdida, simplemente para saberte sabida y amada. Te escribo para decirte que siempre anhelé aquel beso de cómplices, culpables (ambos) de aquel crimen a sangre fría que es el amor, beso que se da en las noches de invierno, mientras se toma una taza de café. Te escribo para confesar mi eterna fantasía de registrar con mis manos el código de barras de tu cuerpo, la fantasía de rodear con mis palmas tus tiernos y cálidos pechos, tus pechos pequeños, tus pechos púberes o casi púberes. En suma: te escribo para decirte que te amo y te anhelo.
Ahora estoy completamente en esa actitud melancólica y nocturna que las cartas de confesiones o de amor y las horas más graves exigen. Huyo de los tictacs y establezco distancias invariables de mi cuerpo al timbre del teléfono.
Vuelvo a elogiarte en la más perfecta soledad, después de haber dejado el papel por un par de (a)horas. En este momento está a punto de amanecer y tu nombre es la primera lumbre en mi ventana.
Me gustaría haberte pedido una tregua, una oportunidad de que me incluyeras en el recital de piano que es tu vida, haberte pedido que me dejarás ser, aunque sea, un nocturno en do sostenido menos; me gustaría haberlo hecho, pero es tarde para ambos, para nosotros, para mi.
Parafraseando a Cortázar: tu y yo nunca seremos la tarjeta Hallmark ideal, no seremos nunca la postal romántica parisense, no seremos la jamás la pareja perfecta. Alguna vez dije que tu y yo eramos como dos piezas de rompecabezas que encajaban, pero que eran de rompecabezas distintos. Hoy lo sostengo y lo reitero.
La carta está por llegar a su fin y la mañana ya ha acabado de instalarse en la ventana que da de el departamento a la calle. No tengo mucho más que decir, tu llegarás como a eso de las tres o cuatro y para ese entonces yo ya me habré...
Ya he terminado de bañarme (que risa, bañarse para nada) y no debes de tardar en llegar (en realidad me bañe para matar el tiempo...matar el tiempo, curiosa expresión). No se si me odiarás al leer la carta, no se si te daré lástima, no se si llorarás, no se si gritarás, no se si aceptarás todo de la forma estoica en la que aceptas lo demás. No se.
Oh, llaman a la puerta y estoy casi seguro de que eres tu (si, si eres, escuché tu voz llamándome a abrir).
En fin, ya es hora de terminar la carta.
De verdad espero que "no se culpe a nadie" y que, mucho menos, te culpes a ti.
Te quiere (quiso): Javier.
P.D. Espero no te asusten ni el rugir de los cañones, ni el batir de las alas de la libertad (que en realidad es lo mismo) ni la mancha roja en la alfombra.
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