Amigos.

Cuando la tarde se torna brumosa,
y un dolor etílico mancha mi esencia
siempre está esa risa contagiosa
que bien sabe atenuar mi demencia:

La de hermanos en mi adolescencia,
mis camaradas en la vida azarosa.
En mi destino está su presencia
agradable, tierna y melodiosa.

Una ruta en común hemos trazado,
y sus alientos han sido mi techo
cada vez que me he estancado.

No quiero que sean un triste pasado
y por eso yo guardo en mi pecho
a mis amigos, como los he nombrado.

Me molesta.

Me molesta tener huevos cuando sudan,
me molesta que los pelos me de comezón,
me molesta cagar y que mi ano se irrite,
pero mas me molesta tu amor.

Adiós.

Es hora de colgar la pluma.

No creo que realmente pueda expresar en palabras esto que he estado sintiendo. No creo.
Por primera vez en mi vida he perdido los ánimos, en serio siento que no queda nada. Por eso mismo, esta tarde, he decidido dejar de escribir.
No se si algún día, pronto, lo vuelva hacer. No se, tampoco, si en un tiempo largo regresaré a eso que, antes, me encantaba. Solo que ahora no puedo y creo que tampoco quiero. No tengo ánimos, no tengo esperanzas y a veces siento que no tengo ni amigos.
Este blog seguirá abierto, quizás después quiera volver, pero por ahora: adiós.

Carta encontrada junto a una pluma.

Aquel olor a fresa que tu piel dejaba atrás cada vez que te acercabas, cada vez que me saludabas; aquella mirada que mezclaba ternura con indiferencia, mirada que parecía decirme "jódete" y a la vez "espero estés bien"; aquellas manos gráciles, como la hoja de un árbol otoñal que danza con el viento de octubre, manos delgadas y pequeñas que evadían las caricias con finos movimientos de ajedrez; aquella sonrisa extraña, casi irónica, sarcástica, una sonrisa disfrazada de mueca o una mueca disfrazada de sonrisa; aquel pelo largo, que caía sutilmente como un río de petróleo; aquella piel blanca, hermosamente pálida: tan lienzo, tan arte, tan pintura sin terminar; aquel llanto que solo escuché y vi una vez, tan similar a un pánico de estrellas, a un caos planetario, a la muerte de Andrómeda; aquellas guadañas afiladas que salían de tu boca en la forma invisible de palabras y frases, casi siempre preludio de algo imperdonable; aquel cuello de porcelanosa que me gustaba observar cuando no te dabas cuenta, soñando que lo rozaba y que las caricias se prolongaban hasta el infinito; aquellos besos, solo imaginados, que suponía como una muerte temporal y espontánea, como un asesinato al instante...aquel si o aquella negación que jamás pronunciaste y aquel te amo que jamás dije. Eso eres tu para mi.

Entiendo lo extraña que esta carta pueda resultarte, pero tengo la necesidad de desahogarme. Creo que debí haber dicho "tenía la necesidad de desahogarme", porque esa necesidad no existirá el momento en que leas esta carta. Es curioso ¿verdad, Aurora? Yo escribo esta carta en un tiempo que, para mi, es el presente y para ti, al leerla, será el pasado y a la vez tu presente, mientras que para mi es un presente y un futuro. Pero ¿qué tan cierto es un futuro? para mí decir el futuro es igual que decir: la nada. Ambos son igual de inciertos y de (quizás) inexistentes. ¿Qué es el futuro sino un presente estirado?
Ahora te escribo esta carta para doblar mi sufrimiento (doblar en cualquiera de sus acepciones) o para no estar triste, a estas alturas cualquiera de las dos me parece igual de viable. Te escribo para no saberte lejana ni saberte perdida, simplemente para saberte sabida y amada. Te escribo para decirte que siempre anhelé aquel beso de cómplices, culpables (ambos) de aquel crimen a sangre fría que es el amor, beso que se da en las noches de invierno, mientras se toma una taza de café. Te escribo para confesar mi eterna fantasía de registrar con mis manos el código de barras de tu cuerpo, la fantasía de rodear con mis palmas tus tiernos y cálidos pechos, tus pechos pequeños, tus pechos púberes o casi púberes. En suma: te escribo para decirte que te amo y te anhelo.

Ahora estoy completamente en esa actitud melancólica y nocturna que las cartas de confesiones o de amor y las horas más graves exigen. Huyo de los tictacs y establezco distancias invariables de mi cuerpo al timbre del teléfono.

Vuelvo a elogiarte en la más perfecta soledad, después de haber dejado el papel por un par de  (a)horas. En este momento está a punto de amanecer y tu nombre es la primera lumbre en mi ventana.
Me gustaría haberte pedido una tregua, una oportunidad de que me incluyeras en el recital de piano que es tu vida, haberte pedido que me dejarás ser, aunque sea, un nocturno en do sostenido menos; me gustaría haberlo hecho, pero es tarde para ambos, para nosotros, para mi.
Parafraseando a Cortázar: tu y yo nunca seremos la tarjeta Hallmark ideal, no seremos nunca la postal romántica parisense, no seremos la jamás la pareja perfecta. Alguna vez dije que tu y yo eramos como dos piezas de rompecabezas que encajaban, pero que eran de rompecabezas distintos. Hoy lo sostengo y lo reitero.

La carta está por llegar a su fin y la mañana ya ha acabado de instalarse en la ventana que da de el departamento a la calle. No tengo mucho más que decir, tu llegarás como a eso de las tres o cuatro y para ese entonces yo ya me habré...

Ya he terminado de bañarme (que risa, bañarse para nada) y no debes de tardar en llegar (en realidad me bañe para matar el tiempo...matar el tiempo, curiosa expresión). No se si me odiarás al leer la carta, no se si te daré lástima, no se si llorarás, no se si gritarás, no se si aceptarás todo de la forma estoica en la que aceptas lo demás. No se.
Oh, llaman a la puerta y estoy casi seguro de que eres tu (si, si eres, escuché tu voz llamándome a abrir).
En fin, ya es hora de terminar la carta.

De verdad espero que "no se culpe a nadie" y que, mucho menos, te culpes a ti.

Te quiere (quiso): Javier.

P.D. Espero no te asusten ni el rugir de los cañones, ni el batir de las alas de la libertad (que en realidad es lo mismo) ni la mancha roja en la alfombra.

Poema para un nombre ausente.


Este poema de amor es para ti. Para tus ojos,
para tu carne abierta en la añoranza. Y a tus labios
van dirigidos los versos que hoy te escribo.

Lejana y ya difusa. Como el beso de un niño que recuerda
los días del colegio, el pan de la merienda y el pecado
primero de saberse distinto y misterioso.

Son para ti estos versos y estas líneas. Sin saber todavía
si en tu pecho sigue latiendo el mismo sobresalto,
la misma sensación de tener mil alas en los dedos.

Para ti, para tu cuerpo mecido por mi canto,
para que nunca digas: ¿cómo eran sus besos y su boca?
¿Era el amor cuando entraba rompiéndose en mi carne ?

Y era el amor. Sí. Era. Porque entonces estabas en la calle,
viviendo  por jardines, a mi lado, acariciando
y abriendo mi costado con tus labios y tu risa.

Pedacito de azul, lástima mía, sudor, saliva de mi boca,
nada puede salvarnos de la noche, de los dioses del frío,
de la amarga certeza de sabernos estrellas apagadas.

Sin embargo, en este instante pleno en que te escribo,
el mundo se contiene, tierno y mínimo, en tus manos amadas,
en el hueco bendito donde bebo tu nombre que no olvido.

La presencia de una ausencia.

El reto de vivir cuando se pierde al ser más amado no es el hecho de sobrellevar la perenne idea de su huida-al final, la pérdida es eso, una huida- sino el de enfrentarse a su presencia fantasmal que se esconde en tu soledad como espejo infernal.

Sucede que me canso de ser hombre relataba en un poema Neruda, cansarse de ser hombre es muy fácil cuando te sientas en el silencio y en la oscuridad en una noche cualquiera, viéndote todo, con maltrato visual y circunstancial, preguntándote el porqué no fuiste tú el que se fue-o huyó- y sí el que sufre.

-Te ví- le hablas a aquella foto de situaciones, a ese pasado incógnito que ahora se esconde en tu memoria derruida. Y suena el violín con un compás tímido en su ejecución que le da más fuerza a tu debilidad. Y entonces sabes que no te ha dejado, que en tu corazón-o cabeza- dejó una parte suya que ahora es tuya: su ausencia. Y la sientes, no a ella, sino a su ausencia, acariciándote, revolcándose en tu vacío existente, regodeándose en tu miseria. La imperturbable quietud del cuarto hace ver somnolientas figuras, tenues sombras, todas, maquiavélicamente con su forma: allí está ella cuando me dijo que me amaba aquella tarde. Allí está ella cuando nos besamos por primera vez en el umbral de el Está Cabrál... O, allí estamos los dos cuando dijo adiós sin despedirse, sólo tomándonos las manos, incombustibles.

Sigue aquella letanía de violines, de funerarios sonidos desgarrando todo a su paso. - Te extraño- lees en una carta yuxtapuesta a la ventana. El amor, en el final, para el grueso de la gente está supeditado a largas listas de intereses que poco tienen que ver con la idea primaria (o ideal) de lo que es el amor. Sabes que su huida significó tu huida. Poco. Y uno se puede recostar con absoluta angustía en su sillón, con las pupilas enrarecidas y con la boca seca de tanto balbucear diatribas hacia el mundo. Uno puede gritar con alevosía, con carencia de alma, con singular desprecio a las constelaciones. Uno puede hacer todo menos rehuir a la presencia de su ausencia, que te acompañará como sombra, como mirada furtiva al fin de los tiempos. Porque no hay tiempo que valga para olvidarla, para olvidarte. Sólo queda esperar que una noche al azar, embriagado de pena y vibrando de coraje dipsómano, ella vuelva de entre la oscuridad del pasillo que siempre esperas.

El abismo de mi imbecilidad.

Ayer me preguntaron que si para que o sobre que era este blog.
¿Para qué? 

Es para nada, es sobre nada: Este blog es nada.


Esto es este blog, experimento inútil perpetuado por un tarado cuya frente no alcanza los dos dedos requeridos para pensar con lógica y sentido común. ¿Que cuál es el objetivo de esto? ninguno, no quiero hablar-a veces lo haré- de lo aburrida que es mi vida, o mentir de las surrealistas aventuras que no tengo pero sí invento. Ni siquiera es uno de esos blogs donde se moraliza o se informa, no, porque no tengo nada que enseñar y, dicho sea de paso, tampoco tengo nada que aprender-por los límites mentales-.

Así que escribiré de mis paranoias, o de las paranoias de la misma sociedad. De la idiotez de mi (yo) -¿querido?- país, o del -¿decadente?-  mundo. Así nos va, cuando me dejan escribir es porque el mundo se va a acabar.



Así que tomen eso, tomen nada.