La presencia de una ausencia.

El reto de vivir cuando se pierde al ser más amado no es el hecho de sobrellevar la perenne idea de su huida-al final, la pérdida es eso, una huida- sino el de enfrentarse a su presencia fantasmal que se esconde en tu soledad como espejo infernal.

Sucede que me canso de ser hombre relataba en un poema Neruda, cansarse de ser hombre es muy fácil cuando te sientas en el silencio y en la oscuridad en una noche cualquiera, viéndote todo, con maltrato visual y circunstancial, preguntándote el porqué no fuiste tú el que se fue-o huyó- y sí el que sufre.

-Te ví- le hablas a aquella foto de situaciones, a ese pasado incógnito que ahora se esconde en tu memoria derruida. Y suena el violín con un compás tímido en su ejecución que le da más fuerza a tu debilidad. Y entonces sabes que no te ha dejado, que en tu corazón-o cabeza- dejó una parte suya que ahora es tuya: su ausencia. Y la sientes, no a ella, sino a su ausencia, acariciándote, revolcándose en tu vacío existente, regodeándose en tu miseria. La imperturbable quietud del cuarto hace ver somnolientas figuras, tenues sombras, todas, maquiavélicamente con su forma: allí está ella cuando me dijo que me amaba aquella tarde. Allí está ella cuando nos besamos por primera vez en el umbral de el Está Cabrál... O, allí estamos los dos cuando dijo adiós sin despedirse, sólo tomándonos las manos, incombustibles.

Sigue aquella letanía de violines, de funerarios sonidos desgarrando todo a su paso. - Te extraño- lees en una carta yuxtapuesta a la ventana. El amor, en el final, para el grueso de la gente está supeditado a largas listas de intereses que poco tienen que ver con la idea primaria (o ideal) de lo que es el amor. Sabes que su huida significó tu huida. Poco. Y uno se puede recostar con absoluta angustía en su sillón, con las pupilas enrarecidas y con la boca seca de tanto balbucear diatribas hacia el mundo. Uno puede gritar con alevosía, con carencia de alma, con singular desprecio a las constelaciones. Uno puede hacer todo menos rehuir a la presencia de su ausencia, que te acompañará como sombra, como mirada furtiva al fin de los tiempos. Porque no hay tiempo que valga para olvidarla, para olvidarte. Sólo queda esperar que una noche al azar, embriagado de pena y vibrando de coraje dipsómano, ella vuelva de entre la oscuridad del pasillo que siempre esperas.

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