Noches de sol.


La balada de domingo por la tarde corre a cargo de Tom Waits. Siempre Tom Waits. Acostado en tu cama mientras cuentas el polvo de tu cuarto y piensas en la inmortalidad de su idea que te persigue, te viola, te escupe y te regenera. Todo en uno.

Te dice con voz desgastada por el cigarro "no te vayas" mientras con sus manos y sus dedos sangrantes, por arrancarse los cueros, te toca y te provoca a caer en sus sútiles juegos amorosos. Todo lo demás es silencio, misterioso silencio ordenado en piano de do.

El contacto imaginario de esas manos suaves te despierta y escuchas la aguja brincoteando sobre el vinil. Es hora de darle vuelta. Lo haces con contenida flojera. Vuelve a sonar la voz tan parecida pero tan opuesta a las manos de ella; es Tom Waits. Mientras suena ese túnel de tiempo y lícor declamas letra por letra la historia que le contaste cuando Hermosillo se nublaba. El Sol, al final es un niño malcriado, terminas.

Se hace noche y el sol aún se niega a fundirse en horizonte de oeste. La mitología de tu vida se resume en esa noche donde te diste cuenta que eras uno más, otro en una lista que parece hecha por el infinito. Y que saliste en el calor que asfixia y niega su condición de ser luna y frío para ser una extensión más de esa malcriada bola de fuego.

Y el "no te vayas" se sustituye por el amenazador "no te vas". Y lloraste y desde allí maldices las noches de sol.

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